Filosofía

Los momentos perdidos los podemos recuperar, ya que merece la pena vivirlos y después retratarlos como si fuese ayer para poder disfrutarlos al máximo.

domingo, 3 de febrero de 2013

La infancia, la mejor época de la vida


Nacer, vivir, crecer, enamorase por primera vez, descubrir, llorar, caer, aprender a andar, a jugar, a reír sin parar… Hay tanto y tan poco tiempo en la infancia para poder recordar estos buenos momentos, que si tuviéramos que memorizar todo, no saldríamos de esa pequeña etapa tan emotiva y especial.

Cuando somos pequeños aprendemos cosas inimaginables, llenas de curiosidades y tan difíciles que todo ello sorprende o nos deja llevar a un mundo de fantasía, lleno de colores y frases, que aunque no tengan sentido nos llenan y se nos quedan grabadas por algún tiempo.
En esa pequeña etapa somos felices, risueños, llenos de una esencia inexplicable, juguetones, de una vida fácil y transparente, difícil de comprender y de llevar siempre un “porqué” siempre en la boca y con esos ojos tan llenos de ternura cuando piden algo.
Nos creemos protagonistas de nuestro propio cuento, de esa vida tan maravillosa que tenemos con papá y mamá y de ese perro de peluche que cuando teníamos miedo, lo agarrábamos en la cama sin soltarle ni un segundo. Esa etapa es maravillosa y llena de cambios que nos hacen algunas veces retroceder y seguir siendo ese inocente niño o niña que fuimos en esa etapa tan maravillosa que es la infancia.
Yo creo que, para todo adolescente, cuando se va dando cuenta de las cosas quiere volver atrás y ser ese niño/a que ha sido feliz en ese pequeño y largo periodo de tiempo de fantasía.
Cuando ya te haces adulto lo admites, admites los problemas, luchas por lo que quieres, aunque no sea con esa espada de goma-espuma que tenías de pequeño o  que te rescatara tu príncipe azul. Lo admites y sigues para adelante sin juegos y empezando a ser más maduro como indica esa etapa, que llega tarde o temprano.



Pero se nos derrumba cuando tenemos a nuestro primer hijo, cuando comprendemos a nuestros padres en un largo periodo de tiempo y nos emocionamos por ser algo importantes en la vida de esa persona que también tiene una infancia. Volvemos  a ser por ese momento, niños para poder darle esa fantasía, esos juegos, esas sonrisas y esas palabras que te descolocan y seguramente también se las preguntabas a tus padres. Nos damos cuenta que éramos felices a nuestra manera y eso te reconforta. Y a veces, sigues queriendo volver atrás, a esa infancia para poder darle a tu hijo todo lo que tenías tú y darle aún más. Luego  volvemos a ser adultos y con vidas totalmente hechas, reconfortables o no. A esas experiencias que nos llenaron nuestras primeras sonrisas o pensamientos. Nunca seguimos hacia delante, siempre miramos a ese pasado inocente y risueño.
Y en la última etapa de la vida recorremos todas ellas desde el final hasta el principio. Nos emocionamos, recordamos y festejamos, lloramos por lo que se nos va y reímos por lo que viene. Pero siempre mirando desde una mirada de niño y empezamos querer viajar a ese pasado para cambiar cosas o volverlas a vivir. Volver a empezar recordando todo o simplemente revivir esa vida que nos ha encandilado y ha pasado como si no tuviera parada de tren para bajarse.

En conclusión, si nos gusta nuestra infancia, siempre estamos metidos en ella. Aunque hubiera hecho daño o hubiera sido la mejor que hayas tenido. En cualquier caso, siempre te marca en este proceso de vida, porque es la que desde un principio te lleva y no te deja a lo largo de ese recorrido tan misterioso y lleno de caminos inexplorables.

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