Filosofía

Los momentos perdidos los podemos recuperar, ya que merece la pena vivirlos y después retratarlos como si fuese ayer para poder disfrutarlos al máximo.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Tuyo, mio y de todos

Contando las gotas que había en el cristal de esa ventana tan familiar, pude sospechar y aceptar que había pasado mucho tiempo. Era la última vez que pisaba ese piso y esta vez no era para marchame yo, porque mi Alma ya había caído al vacío, pero no sin antes madurar esa delicada situación:

"Primero vio las mejores vistas desde ese balcón, decidiendo saltar la valla y colocarse para sentir el viento en todo su ser, premeditándolo pensó lo que podía pasar una vez hecho eso y dar un portazo a todo lo que tenía en su vida. También quiso ser precavida, para no tener miedo, soltó una parte de ella para sentirse segura en su recorrido hasta ese olvido máximo y no sentir nada. Pero en un segundo, sintió algo que ya había sentido, algo que no estaba nada orgullosa, algo que la hacía flojear en lo más profundo de ella. No quiso mirar más adentro y se centró en la puesta de sol que tenía delante suya como si fuese algo único de ver, algo inexplicable, algo mágico y que estaría pronto en ese estado. En el estado de renacer de nuevas y arriesgarse por algo que iba a valer la pena. Sintió esa brisa tan cálida, que ahora se iba a convertir en hielo, después la aspiró y convirtió esa brisa en algo dichoso y tentador, algo que tampoco iba a probar más, pero que convirtió en su recorrido en toda su existencia para sentirse libre y no atosigada. Otra de muchas cosas que descubrió era los recuerdos, que de vez en cuando la recorrían para saber en que apartado estaba dejando todo atrás, en que recorrido se embarcaba y que no podía echar atrás. En ese mismo momento se dio cuenta que estaba otra vez en el punto de partida, miró hacia abajo y solo veía asfalto, sangre y sufrimiento. Ahora tenía más claro saltar, saltar a eso que un objeto dueño y señor lo había creado y que manejaba todos los hilos de esa Alma  pura y libre, que no la dejaba por las reglas que tenía ese desecho de carne. Solo pensaba en renacer, en olvidar y ¡caer!

Feliz, decidió poner todo su ser a manos del viento, de los pétalos de las flores que se caían para rescatarla de los balcones que habían a su alrededor, de esas nubes que por obra y gracia de la tierra se oscurecieron para dar perdida y llorar por esa Alma que dejaba de ayudar al trozo de carne que le daba vida. No sintió nada. Nada de lo que se pudo arrepentir, nada de lo que ahora llora por no dejar atrás y nada por lo que quiera volver."

Solo recuerdo de ese instante, lo que pasó, pero la verdad es que nadie lo sabe. Solo sé que entré en la habitación, hice la maleta y me fui. Y ahora mismo, en este instante, sigo contando las gotas de esta ventana dichosa, tan llenas de momentos buenos como malos, tan llena de esperanzas y sinceridad.Y Como ya he dicho antes, no estoy hoy aquí por mí, sino por...ti.

lunes, 1 de julio de 2013

Abriendo los ojos

Abriendo caminos en mi mente durante todo este tiempo me he dado cuenta de muchas cosas que han sucedido a mi alrededor, la verdad, me han abierto mucho los ojos respecto a la vida y eso me enorgullece de los pasos que estoy dado aunque sean pasos insignificantes.

Me alegra mucho haber conocido a personas nuevas en mi andadura, de poder haberlas conocido y que me han sacado una sonrisa durante todo este tiempo. La verdad es que si se van de mi lado, las voy a echar de menos. Porque aunque hayan sido personas de paso, he aprendido muchas cosas con ellas, me he reído de tonterías, nos hemos vuelto locas, hemos tenido momentos míticos y aunque algunas no nos hemos llevado lo bien que esperábamos, hemos disfrutado de la compañía de cada una de nosotras. Es decir, no me arrepiento de nada de lo que he hecho con ellas y lo que he dado a cada una de esas personas, aunque sea muy insignificante. Es cierto que al principio me daba reparo empezar otra vez de nuevo con esa "Caída tan dolorosa" que había tenido, pero al ver todo lo que me estaba pasando, aunque sea lo más malo que me haya pasado, no me arrepiento de nada porque de todo se aprende. Como decía una de las frase que tiene esa entrada: "Que las cosas no salgan como tú esperabas, muchas veces es lo mejor que te puede pasar". Y en cierto modo, es verdad.

Con otras personas que llevaban mucho tiempo en mi vida, se han distanciado, se han ido sin decir adiós o se han quedado reforzando esa amistad que teníamos desde hace mucho tiempo. He llegado a la conclusión que aunque me raye por esas personas que se han ido, que aunque haga todo lo imposible por no avivar esa distancia o que esté a mata caballo con las que están a mi lado porque me importan, estoy comprendiendo que aunque esas personas hagan todo lo que hacen, yo estaré ahí, aunque no olvide, aunque duela y aunque me remueva la conciencia. Creo que si ellas me dieron algo, ¿por qué no dar? Yo no firmo ningún contrato cuando conozco a la gente, solo procuro no perderla, y si la pierdo será porque ha llegado el momento de conocer a más gente que me haga sonreír, que pueda abrirla puertas en lo que necesite, ayudarla o que me ayuden, no se sabe. Pero también, puede suceder, que la otra persona necesite espacio para explorar otras cosas, ese adiós para innovar o ese refuerzo porque quiere perdurar. En cualquier caso, aunque me duelan muchas cosas, hay que aceptarlas, porque creo que sino, no sigues hacia delante.

Otra de las muchas cosas que estoy decidiendo, es superarme a mi misma porque quiero y porque puedo, ponerme retos que me van a llevar a la felicidad máxima, decidir algunas cosas con el éxtasis del cerebro y muchas otras, pero no tantas, con el corazón. Renovarme interiormente y exteriormente, sentirme bien conmigo misma, disfrutar de la vida y no dejarme parar por nadie, solo manejarme yo.
Creo que estoy empezando abrir los ojos, en el sentido de que disfrute mi alma de esta vida que me regala Dios todos los días de mi vida, de lo bueno y de lo malo (porque aprendes mucho), de cada momento, aunque estés más sola que la una y esa sonrisa que pones todas las mañana para darle paso a lo que te viene en esas 24h.

domingo, 3 de febrero de 2013

La infancia, la mejor época de la vida


Nacer, vivir, crecer, enamorase por primera vez, descubrir, llorar, caer, aprender a andar, a jugar, a reír sin parar… Hay tanto y tan poco tiempo en la infancia para poder recordar estos buenos momentos, que si tuviéramos que memorizar todo, no saldríamos de esa pequeña etapa tan emotiva y especial.

Cuando somos pequeños aprendemos cosas inimaginables, llenas de curiosidades y tan difíciles que todo ello sorprende o nos deja llevar a un mundo de fantasía, lleno de colores y frases, que aunque no tengan sentido nos llenan y se nos quedan grabadas por algún tiempo.
En esa pequeña etapa somos felices, risueños, llenos de una esencia inexplicable, juguetones, de una vida fácil y transparente, difícil de comprender y de llevar siempre un “porqué” siempre en la boca y con esos ojos tan llenos de ternura cuando piden algo.
Nos creemos protagonistas de nuestro propio cuento, de esa vida tan maravillosa que tenemos con papá y mamá y de ese perro de peluche que cuando teníamos miedo, lo agarrábamos en la cama sin soltarle ni un segundo. Esa etapa es maravillosa y llena de cambios que nos hacen algunas veces retroceder y seguir siendo ese inocente niño o niña que fuimos en esa etapa tan maravillosa que es la infancia.
Yo creo que, para todo adolescente, cuando se va dando cuenta de las cosas quiere volver atrás y ser ese niño/a que ha sido feliz en ese pequeño y largo periodo de tiempo de fantasía.
Cuando ya te haces adulto lo admites, admites los problemas, luchas por lo que quieres, aunque no sea con esa espada de goma-espuma que tenías de pequeño o  que te rescatara tu príncipe azul. Lo admites y sigues para adelante sin juegos y empezando a ser más maduro como indica esa etapa, que llega tarde o temprano.



Pero se nos derrumba cuando tenemos a nuestro primer hijo, cuando comprendemos a nuestros padres en un largo periodo de tiempo y nos emocionamos por ser algo importantes en la vida de esa persona que también tiene una infancia. Volvemos  a ser por ese momento, niños para poder darle esa fantasía, esos juegos, esas sonrisas y esas palabras que te descolocan y seguramente también se las preguntabas a tus padres. Nos damos cuenta que éramos felices a nuestra manera y eso te reconforta. Y a veces, sigues queriendo volver atrás, a esa infancia para poder darle a tu hijo todo lo que tenías tú y darle aún más. Luego  volvemos a ser adultos y con vidas totalmente hechas, reconfortables o no. A esas experiencias que nos llenaron nuestras primeras sonrisas o pensamientos. Nunca seguimos hacia delante, siempre miramos a ese pasado inocente y risueño.
Y en la última etapa de la vida recorremos todas ellas desde el final hasta el principio. Nos emocionamos, recordamos y festejamos, lloramos por lo que se nos va y reímos por lo que viene. Pero siempre mirando desde una mirada de niño y empezamos querer viajar a ese pasado para cambiar cosas o volverlas a vivir. Volver a empezar recordando todo o simplemente revivir esa vida que nos ha encandilado y ha pasado como si no tuviera parada de tren para bajarse.

En conclusión, si nos gusta nuestra infancia, siempre estamos metidos en ella. Aunque hubiera hecho daño o hubiera sido la mejor que hayas tenido. En cualquier caso, siempre te marca en este proceso de vida, porque es la que desde un principio te lleva y no te deja a lo largo de ese recorrido tan misterioso y lleno de caminos inexplorables.